
Etapa corta pero muy dura. Empezamos a subir por carretera nada más dejar Mondoñedo y así continuamos alcanzando de 100 a 500 metros de subida. A pesar del duro trayecto, ramos compensados por la visión de un paisaje de encanto; pueblos que vivieron la crueldad y dureza de terrero. Silencio; soledad; calma en el alma; la lejanía en el tiempo, huella del pasado; la belleza de la vegetación. Otros comenzaban a soñar con una vida restaurada y recuperada. Piedras que levantan muros y paredes, recobrando la ilusión de remover el calor que en épocas pasadas, sintieron sus antepasados.
Me sentí feliz de ver como todavía se quiere recuperar, en medio casi de la nada, esa energía enterrada, el trabajo y la tierra, una herencia de conocimientos del lugar que, a través de los recuerdos impulsan fuerza para no perder en el olvido la existencia humana.
Gran variedad de árboles, regalo de la naturaleza.
Nos sorprenden agresivos ascensos. Empezamos el primero, sin previo aviso y nos concienciamos de lo que nos espera. Como con intención de alentarnos, vemos al comienzo una fuente rodeada de asiento corrido de piedra. Allí sentados, una pareja. Ella, con la cara desencajada, reprimiendo un gemido, dejaba que su compañero le liberase del lamentable estado de su pie.
Una ampolla, gran enemiga de la más valiosa herramienta del caminante, sus pies.
¡Hola chicos!. Si necesitáis algo y podemos ayudaros…….. Nos presentamos. Carolina y Miguel, de Valladolid. Miguel el pasado año hizo el camino solo y echó en falta a Carlina. Este año y solo pensando en él, decidió acompañarlo. Sus pies delicados, empezaban a mostrar los primeros sufrimientos del camino.
Mon, conocedor por experiencia del tratamiento a seguir en estas ocasiones, dirigió la cura y les facilitó lo necesario; aguja, hilo etc. ¡Que penita que daba la pobrina!. Una vez curada nos despedimos con nuestros mejores deseos y seguimos el camino.
Caminos pedregosos; polvorientos; costosos, que prácticamente los superamos tanto con las manos en la tierra, como con los pies, casi a la misma altura.
La piel mojada, una mota de polvo puede parecer una pesada losa de piedra.
Miro hacia arriba y marco una pequeña meta (una fina sombra de una rama sirve. Me centro en ella, no siento otra cosa que el deseo de alcanzarla; dejo escapar el calor, libero el dolor de la carga y marco en mi mente una melodía obsesiva, “tara-ra-ra-ra” “tara-ra-ra-ra”. La fuerza del tarareo, combustible milagroso. Cada segundo me siento más ligera. ¡He llegado a mi meta!. Merecido descanso y necesario. No puedo más. Llega el descenso, el sendero es más ancho y las arañas, tienen dificultad por la distancia, el trabajo del tejido se les complica, cuesta llegar al otro lado del camino y el aire, aliado, deberá ser un poco más intenso para conseguir que ese fino hilo de plomo, incómodo y molesto, haga de barrera. En esta ocasión la piel se libra de tropezar y chocar. Se agradece. ¡Ah, se siente¡. Suave descenso que llega a Gontán. Disfruto de la generosidad del final del trayecto. Reconozco a mis pies la planta de la manzanilla. Nos encontramos con la chica-checa, alegría en el encuentro. Último repecho……y alegría al ver al padre e hijos alemanes. Aparece poco a poco ante nuestros ojos la carretera, en sus orillas casas, civilización. Entramos juntos en Gontan, pero nos despedimos, ellos no se quedan. ¡Buen Camino compañeros!
Son las 12 del mediodía, el albergue lo encontramos al paso, sin dificultad. Está cerrado y no se ve a nadie. Damos la vuelta al edificio observando nuestro hogar por un día. Nos gusta. El edificio nuevo, modernista; lineal. Se mezcla el metal gris y frío, con la calidez de la madera. Ventanales de entrada que dejan ver el interior. En la entrada una pequeña mesa señala donde quedará constancia de tu paso por el albergue
Somos los primeros en llegar. Dejamos las mochilas en el suelo, cerca de la puerta de entrada y nos acercamos a pocos metros a un espacio arropado por una moderna estructura cubierta de metal donde cobija, cuando la ocasión lo requiera, ganado expuesto para compra-venta.
Hay alguien acercándose al albergue, nos dirigimos hacia él. Es el hospitalero. Un joven de unos treinta y tantos años. Nos inscribimos y recorremos el interior (me encanta ese momento, descubrir cada rincón, es……como si acabase de recibir una herencia, mi posesión). Es todo nuevo, a la izda. Un espacio de cocina-comedor : fregadero, cocina, utensilios y mesas con sillas, muy amplio, agradable y luminoso. De frente a la puerta de entrada, escaleras que llevan al dormitorio y baños. La subida luminosa por la pared acristalada que continúa haciendo pasillo. A la izda, una puerta que da a una tremenda habitación con literas nuevas de metal gris. Se separan cada dos, por mamparas de madera gris: de una altura que supera el metro a partir de la cama de arriba, dando de esta manera total intimidad visual. Los baños y servicios independientes por sexo, amplios y muy limpios. En la fachada principal y a la izda de la entrada, una puerta da paso al espacio destinado para lavadero y colgador de ropa. Todo controlado, decidimos donde dormiríamos. Cuanto más tienes para elegir, más lo piensas. Y decidimos. Enfrente de la puerta de entrada, la puerta de una amplia terraza y elegimos las literas que estaban al paso. Buena y mala elección. Más tarde os diré porqué.
Era pronto y el hospitalero nos aconsejó un lugar precioso para poder pasar un rato maravilloso. Le hicimos caso, a pesar de tener que caminar un poquito. Y a sabéis que andar por andar, no es lo mío. Pero mereció la pena. Doy fe con las fotos y no hace falta describir el lugar, sino la divina sensación del frescor del agua de aquel estanque-río-piscina fluvial y sintiendo a la vez con los ojos cerrados, la suave caricia del sol. No os perdáis. Fueron momentos de paz, serenidad, agradecimiento del día, del lugar, del descanso……………………………….Y REGRESAMOS AL ALBERGUE RECONFORTADOS.
Comemos en “ A Feira”, muy bien, comida casera y abundante para el tripero. Observamos que entra un grupo de personas y algún niño, un autobús se encarga de llevar la carga de sus pasajeros, mientras ellos, hacen pequeños recorridos. Una forma diferente de entender el camino de Santiago. Comentan entre ellos a la vez que piden un refresco, su agotadora y emocionante jornada.
A las 16:15 llega la pareja de Valladolid. Carolina lo hace en autobús y Miguel andando. No se encuentra muy bien. La tarde la aprovechamos para lavar y colgar algo de ropa, da gusto cuando tienes buenas condiciones para ello. El espacio está cerrado, pero la pared lateral está preparada para que el aire entre y salga y la ropa seque mejor.
Van llegando más caras conocidas. Los chicos de Bilbao y las chicas de Tarragona (Sunsi y hna).
Sentados en la terraza, charlamos con unos y otros, el calzado va quedando respirando aire fresco en el resguardo de misma.
Estudiamos la jornada del siguiente día y nos acostamos sobre las 10. Hace calor y la puerta de la terraza a mis pies, queda abierta.
Miro el reloj, es la una de la madrugada, no me encuentro bien, la boca del estómago deja claro que es parte del cuerpo y a gritos, tengo sensación de vómito, aguanto un poco, quizás así, no pensando se me pase. A pasado un cuarto de hora y no dejo de dar vueltas. Me tengo que levantar, acelera que no llegas………..ahí empezó un sin vivir toda la noche. En el quinto paseo nocturno, Mon me cambia la litera y me bajo a la suya (al menos no doy guerra, ni me mato, tanto bajar y subir). A las 5:30 de la mañana consigo entrar en calor y dormir media hora. ¡Señor, que malita que estoy!.
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