ETAPA 3 CASTRO URDIALES - LAREDO


ETAPA 3 CASTRO URDIALES - LAREDO
Con mucho cuidado y habiendo dejado la noche anterior todo dispuesto para salir lo más rápido posible, siempre tratando de no molestar, salimos del dormitorio y terminamos de meter en el saco, sábana, pijama, en la mochila, en el comedor, detrás sentimos ya a las hermanas que se levantaban, tenían costumbre de desayunar algo antes de comenzar la jornada, nosotros lo que más deseábamos era salir y empezar a caminar cuanto antes.
Eran las 7:30 de la mañana y la luz del día despertando, nos avisaba del maravilloso día que nos esperaba. Repasamos el trayecto que indicaba la guía y disfrutamos de la paz, el silencio y la frescura de la mañana, los caminos nos daban los buenos días y nos dieron la mano hasta llegar a un pequeño núcleo urbano llamado Allendelagua, manteniendo la esperanza de tropezarnos con cualquier tasquilla donde pudiésemos llevarnos a nuestro ruidoso y triste estómago, un cafecito caliente, para empezar. En un pequeño cruce, unos obreros que trabajaban sobre el tejado de una casa en construcción, viéndonos dudosos, nos indicaron la dirección correcta para seguir y ya aprovechamos para preguntarles donde encontraríamos un bar o algo, la respuesta fue "si, nada, cerquita, encontraréis un bar a unos 5 kilómetros más o menos en el camping de Islares". Le miramos con los ojos como platos, claro que eso hubiésemos contestado nosotros de estar en esa vida paralela, la que habíamos dejado y no olvidado, viendo la diferencia que existe entre contar con el motor de un vehículo o tu motor de alubias. Esos 5 kilómetros significaban hora y pico más de caminar acompañados de los gritos de socorro que sonaban en nuestro interior. Nos acordamos de las provisiones de frutos secos que llevábamos en el cajón del costado y nos sentaron de cine, al menos conseguimos silenciar nuestro desfallecido motor. Nos alcanzaron las hermanas, que ya creo que es hora de presentaros a Carmen y Marisa, empezábamos a sentirlas como de la familia, con el respeto que obliga a tener tu propia resistencia y ritmo de caminante hasta llegar al camping de Islares y manteniendo una prudente distancia nos íbamos pasando tanto unos como otros. El paseo fue una delicia con el mar a la derecha, un regalo. Al final del camino que nos llevaba al camping unas obras , enemigas desastrosas, desaliñadas, sucias y polvorientas, que provocaron en un futuro más de un desastre, nos volvieron a hacer dudar, pero gracias a unos vecinos del lugar que amablemente nos indicaron por donde continuar, agradecidos por la ayuda y felices de encontrar personas así, seguimos hasta que empezamos a ver separadas por una barrera de setos, caravanas abriendo sus ventanas para dejar entrar el sonido del llanto de un niño y el aroma del café recién hecho. Que alivio cada vez que paras y dejas casi, caer el armario ropero (a veces como si fuese de 10 cuerpos), pero siempre con cuidado y a su lado “Manolito” de guardián. En la terraza lateral nos sentamos, ¡¡que tortilla de patata!!, una xfa y café doble con leche hirviendo, ¡que placer!. Un alivio para el desfallecimiento de hambre, de cansancio, de sed, de dolor, es un regalo y lo agradeces como si fuera el primero y el último, puede chocar el exceso de valor que siente por absolutamente todo, pero es parte de la fuerza del camino. Seguido llegaron C y M, que alegría, también los encuentros son vividos de igual manera, como si fuesen el primero y el último, porque no conoces los cambios y circunstancias de cada uno y que puede cambiar la trayectoria totalmente. Fuimos los primeros en emprender de nuevo la marcha, nos despedimos y continuamos hacia el Tontarrón, llegando a la marquesina suena mi móvil, ¡ U yu yuy, quien será!, era mi amiga MC, que ilusión, también con su llamada me ofreció un descansito y nos sentamos en el banco de la marquesina del autobús, mientras tanto llegaban las hermanas. Pasamos dejando el Pontarrón por un bar que se encuentra cerrado y que recordamos, hace ya una miaja de años, comer para no volver. Ya en la autopista, mirando al frente y sin dejar el ritmo, desagradable caminar por autopista, el ruido y velocidad de los vehículo es un tormento, sobre todo los camiones como ogros despistados que cuando por tu lado pasan, reverencian con altivez con un soplido seco y seguro, alegrándote cuando volver atrás la cabeza, sientes el silencio de su lejanía. Agur. En el punto más alta, tres personas en sentido y lado contrario caminaban hacia Oriñón, una de ellas, la mayor, a pesar de la distancia de los carriles, nos grito, ¡ Buen tiempo en el camino y fuerza para llegar¡, me sigo emocionando al recordarlo, en ese momento fue tan fuerte el fondo de aquellas palabras, el sentimiento con el que fueron dichas, el que te demuestren que sabes lo que estás viviendo, esos deseos rompieron todos los muros del albergo de mis sentimientos, a partir de de ese momento quedaron desprotegidos y libres, fluyendo con un pensamiento, recuerdo, aroma, palabras de apoyo, saludos acústicos, confusiones, cualquier tipo de circunstancia por pequeña que fuese. Llegamos a Liendo a las 12 y media, hacía calor y empezábamos a necesitar una paradita, pero la ilusión de llegar y ver a L’artist y a Carlos, me daba fuerzas y que voy a decir del paisaje, las casas señoriales que guardan historia en sus paredes y jardines, disfrutando de todo esto y a la vez recordando que la semana anterior habíamos estado allí mismo, viendo la expo de las obras de L’artist (apodo en nuestro mundo flamenco), en la terraza del bar de la plaza, nos sentamos y llamé a Esti, llegó de avanzadilla Carlos, entusiasmado por saber como nos había ido estos tres días, tenía un montón de preguntas, alguna se la contestaré gráficamente en una de las próximas etapas, tomamos un “tente en pié”, ya con Esti y disfrutamos de un ratito de charla contando lo vivido hasta ese momento. Nos acompañaron hasta el cruce que separó nuestros pasos y cogimos la dirección que nos indicaba la señal, íbamos a Laredo, la peor hora, 14:30, mientras nos encontrábamos una pequeña sombra de un árbol o arbusto, daba gracias por ese segundo de frescor, que lo disfrutaba como si hubiese durado cinco minutos, no dejaba por ello de pensar que sólo nos quedaba 1 hora para llegar. Fue un regalo y una recompensa ver aparecer la estampa desde lo alto y ante nuestros ojos de Laredo, las vistas son increíbles. Fuimos a parar justamente en uno de los albergues privados que existen en Laredo, el convento de las Hnas. Trinitarias, el lugar invadido de una paz y calma impresionante, un amplio, limpio y sencillo pórtico, enseguida apareció una monjita que nos recibió con los brazos abiertos, nos indicó que tenía una habitación libre para dos y nos pareció un regalo más del día, que afortunados y más cuando abrió la puerta y ante nosotros, dos camitas de 90, una cómoda a la izda y al fondo, dejando entrar la luz de la tarde e invitando a asomarte, un ventanuco rodeado de unas firmes paredes de piedra, dejando ver desde una perspectiva especial las calles del casco viejo de Laredo.
Ritual ya marcado, decidir donde dejar caer tus huesillos, la mía la de la izda, duchita, preparar la mochila para la jornada siguiente y ya con el traje de calle, como sin casi notarse que llevas a tus espaldas, rodillas, hombros y demás partes, 36 kilómetros recorridos, salimos a mezclarnos con los habitantes y veraneantes del lugar, recorremos ya los últimos pasos que cada segundo cuestan más, te planteas……¿vamos hasta el fondo del túnel, o no?. Cenamos no muy lejos de casa, después de tomarnos una cervecita en una terraza, suelo empedrado, la jornada había sido dentro de la dificultad esperada muy agradable, encontrarnos con peregrinos familiares, un factor cálido del día, que te recuerda estar al otro lado y va formando eslabones de la cadena.

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