ETAPA 7 POLANCO - COBRECES





ETAPA 7 POLANCO - COBRECES







Sentí que el día estaba esperando vernos aparecer.

El compañero de habitación, había dejado su espacio vacío , a las 5 de la mañana oí como sigilosamente recogía y desaparecía, como si de un ladrón se tratase, no tardó ni 10 minutos.
Eran las 7 de la mañana y el movimiento de unos, contagiaba al resto, el día prometía ser triste, lo anunciaba el color de cielo y la lluvia suave, Sirimiri en Bilbao, o calabobos, -eso se entiende mejor ¿no?- mojarme era una de las cosas que evitaba, la sensación de humedad no me atraía, pero el decidir organizar la mochila, en base a sacar el chubasquero, o disfraz de “Jorobado de Notredam” ¡guayyyy!, era un rollo, -que ahora llueve, saca- -que ahora para, mete- y parada y paradita. Me incomodaba parar a no ser que fuese necesario, pero como no había sido habitual la lluvia hasta entonces, me hacía hasta ilusión.
No fue impedimento la tristeza del día para los ánimos, al contrario, ¡ mira y llueve !. Un tramo de carretera, los coches pasaban, sonaban las rodadas con el contacto del agua, una y otra y otra vez, rassss, rasssss, notaba como los ojos que viajaban en el interior de esos vehículos se fijaban en nosotros con expresión, unos de asombro, otros de lástimas y otros, esos, desataron en mi interior un volcán de emoción, sentí tras sonoros bocinazos, como mis lágrimas fluían sin poderlo remediar. Esos bocinazos iban acompañados de movimientos de brazos y manos y unas amplias sonrisas de entusiasmo, fueron dos coches, uno seguía al otro, nos daban ánimos, no eran necesarias las palabras, fue una sensación maravillosa, el mejor regalo del día. Esas personas estaban en el otro lado, en la otra vida y empatizar en ese momento en que la lluvia resbalaba por el chubasquero mojando cada poro de la piel del rostro, no tiene precio.

Pasamos la carretera, era domingo y no se veía gente por el camino, sin embargo si se notaba movimiento de recogida de fin de semana, era zona de casas de alquiler y rurales, se veían familias y grupos de amigos, globos en las ventanas, señal de haber niños y celebración de cumples, ya sin ruidos las bolsas de viaje se amontonaban en la puerta. Un portón de un caserón que daba a un patio interior, dejaba ver su interior y sus dueños sentados en el porche, al cobijo del agua, que ya empezaba a suavizar su insistencia y aprovechamos la invitación que nos ofrecieron sus sonrisas y saludos al pasar, lo que nos hizo retroceder unos pasos y aprovechar para pedirles que nos llenasen las cantimploras de agua, charlamos unos minutos y seguimos el camino.

Mis rodillas iban mucho mejor, dejaba de llover y siendo consciente de ello, lo disfrutamos aún más, así como del paisaje, pueblo con calles estrechas, casas abrazadas con altos cercados de piedra, señoriales verjas guardando amplios terrenos, riachuelos de postal bajo puentes romanos. Llegamos a Santillana, suelo empedrado, un paseo histórico, paramos a desayunar entrando ya en la estrecha calle donde a un lado y otro se reparten bares y restaurantes, después de casi dos horas andando la necesidad era evidente. Éramos observados por la pareja que se encontraba de frete a nosotros, posamos los armarios roperos y dejamos apoyados a Montxo y Manolito. ¡Que bueno y calentito el chocolatito!, el dueño se nos acercó y compartió alguna anécdota de su camino con nosotros, lo hizo con un grupo de amigos y en bici, guardaba buen recuerdo. Deseándonos buen camino proseguimos la andadura. Llegamos a las 13:30 a Cóbreces y enseguida vimos a la izquierda el Monasterio Cisterciense, donde habíamos decidido pasar la noche, las fuerzas parecían agotarse, sabiendo que ya estaba en casa, es entonces cuando parece que no vas a resistir más y no vas a ser capaz de llegar. En el edificio de la entrada, la puerta estaba cerrada, el padre portero no estaba, pero la puerta lateral estaba abierta y daba acceso ya, al recinto de Monasterio, majestuoso edificio, visitado por turistas, donde pueden comer y pasar la noche. Pasaron delante de nosotros cuatro personas, frescas y encaminándose a los comedores. A la izquierda del edificio central y como continuación al de la entrada, supusimos que era el lugar destinado para el descanso del peregrino, así que, solo quedaba subir esas poquitas escaleras, que desde abajo, las llamaba y no se acercaban. Arriba ya, llamamos pero nadie respondió, la puerta abierta, un largo pasillo, sus paredes limpias de adornos y tres puertas a cada lado formaba la distribución sencilla del hogar. Necesitaba sentarme, tumbarme, descansar un poquito, no podía más y me introduje en la primera habitación, en la que una litera y una cama, tipo turca junto con una mesa y dos sillas llenaban el hueco, ¡AH! ¡Y cuarto de bajo completo, con ducha sin cortinas!, decidí no moverme de allí. Mon fue a buscar a un padre o fraile para que nos sellase las credenciales y pudiésemos confirmar nuestra estancia. Tardó un poquito, pero al final apareció con un fraile, me encontraba sentada y me había descalzado, era lo primero y lo único que podía hacer. Nuestra sorpresa fue, que no era el lugar del peregrino actual, sino el antiguo, no vimos, un edificio a la derecha en la entrada que ¡claro!, al estar visualmente fuera del recinto de la Abadía, no reparamos en él. Al verme ya medio acomodada y tan cansada el buen fraile nos permitió quedarnos allí mismo. ¡ BIENNNN!.
Otra sorpresa fue que......... aparecieron las Hnas. MyC, de nuevo, cada reencuentro, parece ser el primero, el recibimiento con la misma alegría. Siguieron nuestros mismos pasos y aparecieron delante de nuestro dormitorio, les comentamos como acabamos allí y ya puestos, se acomodaron en otra de las habitaciones, como había para elegir, alguna de ellas estaba en peores condiciones pero estar en huecos independientes era un lujo.
El fraile no puso impedimento cuando fueron a poner los sellos, así que no hubo problemas. Habíamos comido en el lugar más cercano de la Abadía , bajando la cuesta y cruzando la carretera, un bar-restaurante, después de descansar durante un rato a la tarde, quedamos con MyC y picamos allí mismo algo en la barra, pasamos un ratito charlando de cómo había ido la etapa y antes de acostarnos, todavía estuvimos los cuatro, sentados en unas sillas de terraza de jardín, al resguardo de la pequeña entrada que daba paso a la zona del comedor de la Abadía. Ese día debieron de entrar cinco peregrinos más, que se acomodaron en el edificio actual y nada que ver con estar en el entorno de la Abadía…….era un edificio, a la vista, de poco fondo y muy ancho, por lo que luego supimos, las instalaciones estaban muy bien, con literas para 20 plazas.

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