ETAPA 8 COBRECES - S. VICENTE DE LA BARQUERA
La etapa estaba resultando encantadora, las vacas y algún que otro toro, nos miraban al pasar con atención y expectantes, de alguna manera estábamos invadiendo su espacio visual. La vista que asomaba de la ría de San Vicente anunciaba que escasamente nos quedaba una hora, el puente, lo pasamos bajando y subiendo la acera para dejar pasar a unos y otros, el mar estaba calmado y de un azul intenso, dos grupos de chicos y chicas, supongo que de campamento, disfrutaban repartidos en dos pequeñas embarcaciones, que dejaban oir sus risas y gritos al salpicasen entre ellos, mientras el monitor intentaba resignado, mantener la flota, a flote.
Siguiendo la flecha, nos encaminamos hacia el albergue, con la ilusión de llegar, soportamos la pendiente hasta llegar a la Iglesia de Santa María de los Ángeles, antiguo hospital de peregrinos que pertenecía a la Orden de Malta, ¡no lo podían haber puesto más ALTO!.
La entrada al albergue, un poco descalabrada, entre obras, se suavizaba mirando el mar que frente, como una postal, nos recibía.
Nos recibieron el hospitalero y su mujer, su hija colaboraba igualmente y fue como llegar a casa de la familia, las botas de los peregrinos que iban llegando, bien colocadas reposaban en la entrada, fue la primera regla indicada, antes de entrar a casa, las botas quedan esperando fuera. La puerta abierta daba paso a una amplia habitación que cumplía la misión de acoger en tres ambientes, salita, oficina y comedor, a los peregrinos que nada más dar el primer paso, ya te sentía como si no fuese la primera vez que habías estado, de ahí y al fondo, a mano izda. la cocina y a la derecha aparecía un largo pasillo, primera habitación derecha, de la familia hospitalera, habitación peregrinos y duchas y servicios chicas. El dormitorio acogía en literas, que colocadas a ambos lados, formaban un pasillo central, guardando una cierta intimidad visual separando por paredes abiertas, cada dos literas de dos. Nos fuimos al fondo y nos organizamos en la última al lado de la ventana, de momento estábamos solos, una peregrina se oía hablar con su pareja, él sentado, parecía tener algún dolor o molestia que ella trataba de calmarla con una pomada, por su forma de tratarse, no era capaz de descubrir si eran matrimonio, o se habían conocido por el camino, o que, era la mejor ocasión y circunstancia para hacerme mi propia película, -por como se tratan, yo diría más bien que se han conocido por el camino, su forma sutil y delicada de dirigirse a él, me hacía creerlo así, él alto y fuerte, rubio, de edad media, se delató al hablar que no era Español, por el deje, quizás francés, su español era perfecto pero con esa dulzura característica de esta lengua.-
Entre los que llegaron y que alegría, nuestras amigas y hnas. MYC y Manuel y Elena, que los conocimos en Güemes, encantadora parejita de Madrileños. Una vez organizados, quedamos para ir a comer a S. Vicente con MYC. Comimos de maravilla en una de los varios restaurantes que hay hacia el puente.
Hicimos la colada, tendimos la ropa, con ese día se secó rápido. En la entrada o porche, estaba la mujer del hospitalero curando las ampollas que llevaba, pobrecillo, no había visto curarlas nunca, ¡Ay amá! ¡que impresión!, con una jeringuilla le pinchaba la ampolla e inyectaba betadine, eso también se aprende. Ramón que ya en Portugalete, empezó a hacerse curas, pero fui incapaz de verle, eso sí, me informó como iba la cosa, viene muy bien saber coser……Se coge una aguja y se enhebrar con hilo (da igual el color) y se atraviesa la ampollita, dejando el hilo para que supure y drene, puedes elegir entre los dos métodos, pero te deseo la suerte que tuve yo, de no necesitar ninguna de las dos, sorprendentemente, los traje como los lleve (los piececitos).
Se preparó la mesa para cenar, nos deleitaron con una estupenda sopa, filetes de lomo, salchichas, fruta y yogures de postre. Fue la ocasión de presentarnos, entre los que tengo que destacar, la pareja que os he comentado antes, él era Fran y ella Basi, también Elena y Manuel, que durmieron en las literas de nuestro hueco, Un gran hombre, enorme! y alemán, con sus dos hijos de 11 y 13 años, que llevaban el mismo camino de altura, despistados ellos, los sorprendí en el baño de chicas, claro que los más sorprendidos fueron ellos, con cara de ¡ah, pero no es el nuestro!, se disculparon entre risas.
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