ETAPA 8 COBRECES - S. VICENTE DE LA BARQUERA





ETAPA 8 COBRECES - S. VICENTE DE LA BARQUERA





El velux que estaba sobre mi cama, no tenía con que cortar la luz y eso me ayudó a ver que sería una buena hora para levantarnos, -Mon, estás despierto? - ¿nos levantamos ya?, eran las 6:45, como cada día antes de acostarnos, habíamos dejado todo preparado, aún así y a pesar de hacer un esfuerzo, no salíamos todo lo rápido que nos hubiese gustado, pero asumimos nuestro ritmo y salimos a las 7:20, claro! Que al estar solo y sin miedo de no molestar, lo llevas de otra manera más relajada. El amanecer era precioso, comenzamos a subir la cuesta hacia la abadía Viaceli y girando a la derecha enseguida cogimos caminos preciosos, los contraluces me provocaban inmortalizar esa visión y haciendo honor a la dedicatoria del día, en los pastos que dejábamos a nuestra derecha la estampa de la ganadería, vacas limusinas armonizaban el paseo. El día era luminoso y caluroso y sintiendo como ya era habitual, el dolor insistente del hombro izdo . compañero incansable, concentraba la atención en los bonitos pueblos que atravesábamos, distraía la mente. El cartel anunciaba que llegábamos a un pueblecito llamado Concha y recordé a Concha, tía de Auro y a Concha de Villanueva y mientras cruzaba estos preciosos parajes fijándome en sus rústicas calles y antiguas casas, empezando a divisar el mar, nos acercábamos a Comillas y desfallecidos, porque todavía no habíamos desayunado. Recorrimos sus calles, tropezándonos con una pareja de peregrinos que iban en sus bicicletas, -buen camino- frase, de buen deseo, que no te cansas de repetir a quien ves pasando por lo mismo que tú. Chocolate, en una pizarra de una cafetería. Ahí mismo, la pena es que, el chocolate….era cola-cao, a pesar de eso el desayuno sentó como una bendición. Salir de comillas es un paseo delicioso. Un accidente dejaba huella del triste suceso en la carretera, después de pasar la recta , que a su derecha dejábamos un campo de golf y una pequeña granja de patitos. Fue un poco dificultoso pasar por los restos de muro roto por el impacto. Con ese momento de pena, imaginando como estarían los ocupantes, llegamos al Parque natural de Oyambre, un lugar, que siempre que he pasado en coche, lógicamente, me trasladaba a momentos de películas de intriga y penumbra, pero extrañamente de una forma relajada, calmada y melancólica, que se despejaba cuando el sol se retorcía entre los juncos embarrados y desolados, secos y grises, la luz es vida y despeja la tristeza.

La etapa estaba resultando encantadora, las vacas y algún que otro toro, nos miraban al pasar con atención y expectantes, de alguna manera estábamos invadiendo su espacio visual. La vista que asomaba de la ría de San Vicente anunciaba que escasamente nos quedaba una hora, el puente, lo pasamos bajando y subiendo la acera para dejar pasar a unos y otros, el mar estaba calmado y de un azul intenso, dos grupos de chicos y chicas, supongo que de campamento, disfrutaban repartidos en dos pequeñas embarcaciones, que dejaban oir sus risas y gritos al salpicasen entre ellos, mientras el monitor intentaba resignado, mantener la flota, a flote.

Siguiendo la flecha, nos encaminamos hacia el albergue, con la ilusión de llegar, soportamos la pendiente hasta llegar a la Iglesia de Santa María de los Ángeles, antiguo hospital de peregrinos que pertenecía a la Orden de Malta, ¡no lo podían haber puesto más ALTO!.

La entrada al albergue, un poco descalabrada, entre obras, se suavizaba mirando el mar que frente, como una postal, nos recibía.
Nos recibieron el hospitalero y su mujer, su hija colaboraba igualmente y fue como llegar a casa de la familia, las botas de los peregrinos que iban llegando, bien colocadas reposaban en la entrada, fue la primera regla indicada, antes de entrar a casa, las botas quedan esperando fuera. La puerta abierta daba paso a una amplia habitación que cumplía la misión de acoger en tres ambientes, salita, oficina y comedor, a los peregrinos que nada más dar el primer paso, ya te sentía como si no fuese la primera vez que habías estado, de ahí y al fondo, a mano izda. la cocina y a la derecha aparecía un largo pasillo, primera habitación derecha, de la familia hospitalera, habitación peregrinos y duchas y servicios chicas. El dormitorio acogía en literas, que colocadas a ambos lados, formaban un pasillo central, guardando una cierta intimidad visual separando por paredes abiertas, cada dos literas de dos. Nos fuimos al fondo y nos organizamos en la última al lado de la ventana, de momento estábamos solos, una peregrina se oía hablar con su pareja, él sentado, parecía tener algún dolor o molestia que ella trataba de calmarla con una pomada, por su forma de tratarse, no era capaz de descubrir si eran matrimonio, o se habían conocido por el camino, o que, era la mejor ocasión y circunstancia para hacerme mi propia película, -por como se tratan, yo diría más bien que se han conocido por el camino, su forma sutil y delicada de dirigirse a él, me hacía creerlo así, él alto y fuerte, rubio, de edad media, se delató al hablar que no era Español, por el deje, quizás francés, su español era perfecto pero con esa dulzura característica de esta lengua.-

Entre los que llegaron y que alegría, nuestras amigas y hnas. MYC y Manuel y Elena, que los conocimos en Güemes, encantadora parejita de Madrileños. Una vez organizados, quedamos para ir a comer a S. Vicente con MYC. Comimos de maravilla en una de los varios restaurantes que hay hacia el puente.

Hicimos la colada, tendimos la ropa, con ese día se secó rápido. En la entrada o porche, estaba la mujer del hospitalero curando las ampollas que llevaba, pobrecillo, no había visto curarlas nunca, ¡Ay amá! ¡que impresión!, con una jeringuilla le pinchaba la ampolla e inyectaba betadine, eso también se aprende. Ramón que ya en Portugalete, empezó a hacerse curas, pero fui incapaz de verle, eso sí, me informó como iba la cosa, viene muy bien saber coser……Se coge una aguja y se enhebrar con hilo (da igual el color) y se atraviesa la ampollita, dejando el hilo para que supure y drene, puedes elegir entre los dos métodos, pero te deseo la suerte que tuve yo, de no necesitar ninguna de las dos, sorprendentemente, los traje como los lleve (los piececitos).

Se preparó la mesa para cenar, nos deleitaron con una estupenda sopa, filetes de lomo, salchichas, fruta y yogures de postre. Fue la ocasión de presentarnos, entre los que tengo que destacar, la pareja que os he comentado antes, él era Fran y ella Basi, también Elena y Manuel, que durmieron en las literas de nuestro hueco, Un gran hombre, enorme! y alemán, con sus dos hijos de 11 y 13 años, que llevaban el mismo camino de altura, despistados ellos, los sorprendí en el baño de chicas, claro que los más sorprendidos fueron ellos, con cara de ¡ah, pero no es el nuestro!, se disculparon entre risas.

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